Cuántas veces le negué a mi corazón y a mi alma la posibilidad de rendirse ante el dolor, de sentir y vivir la tristeza porque se lo merecían o porque estaban cansados. Cuántas veces usé el disfraz de la alegría o la dureza de carácter para esconder bajo el antifaz la carga de la angustia sobre mi rostro o la herida en mis ojos, solo por el temor de que la tristeza entrara en mi vida y se quedara para siempre. Me negaba el derecho de sentirla, no permitía que la tristeza tuviera alguna opinión en mi vida, por mucho tiempo pensé que tenía que ser una mujer feliz que aparentaba una alegría eterna y una fuerza inquebrantable y que podía ser invencible al dolor. Me dediqué a luchar para creerme que a pesar de las situaciones difíciles podía ser fuerte y levantarme ilesa.
Entendí que para ser feliz, también debe existir la tristeza.
La falsa alegría se convirtió en mi escudo, en mi fachada perfecta para esconder la frustración, el enojo conmigo misma, la culpa, el vacío, y las heridas que nunca me había permitido sanar. Me mostraba libre, fuerte, optimista, cuando realmente mi alma lloraba, por no poder ser ella misma, mi tristeza luchaba con la alegría para que la dejara sentir. Irónicamente la alegría no entendía por qué tenía esa responsabilidad que cada vez la agotaba más.
Después de mucho tiempo de una disputa interna, entendí que para sentirme libre y plena, mis emociones deben ser libres también, que puedo ser una mujer feliz y aún así expresar mi tristeza. Desde ese momento, comprendí que la tristeza es parte de mi vida y que me permite vaciarme para después recargar con nuevos momentos y con amor abrazar quien soy realmente. Entendí que para ser feliz también debe existir la tristeza.
Decidí invitar a la tristeza para que entrara en mi vida y para mi sorpresa se ha convertido en mi aliada, en una amiga que presta el hombro para llorar y que me abraza para poder sentirme segura. La tristeza está en mi vida y descansará cuando deba hacerlo y me acompañará cuando mi alma necesite el consuelo y el abrazo de esperanza de que todo estará bien.
Vivo con el corazón y actúo desde el amor y de esta forma mis emociones
se convierten en guía para ser la mujer que soy.
Por primera vez, no tengo miedo de sentir tristeza, es ahora cuando tiene el lugar que le corresponde y la abrazo como una emoción que me ha permitido limpiarme y llenarme nuevamente de energía pura. Me siento segura de poder experimentar el placer de estar triste.
Hoy he invitado a la tristeza a mi vida y mi alma baila y mi felicidad respira aliviada y feliz. Vivo con el corazón y actúo desde el amor y de esta forma mis emociones se convierten en guía para ser la mujer que soy. Me voy a permitirme preguntarte a vos: ¿Permitís que la tristeza se exprese, o la tenés escondida para que nadie la vea?